Iglesias cerradas, una herida en el cuerpo de Cristo
El combate de la oración, según el cardenal Schönborn
ARS, jueves, 1 octubre 2009 (ZENIT.org).- “Es una grave herida en el Cuerpo de Cristo que las iglesias tengan las puertas cerradas”, observó el cardenal Christoph Schönborn, op, arzobispo de Viena, que dió este miércoles su tercera meditación sobre el tema “Oración y combate espiritual”, en el retiro sacerdotal internacional en Ars, en el marco del Año Sacerdotal.
El combate por excelencia, afirmó, es el “combate de la oración”, pero el combate de la oración “es también la cuestión del lugar de la oración”.
El cura de Ars, instruyendo a sus parroquianos, exclamaba mirando al tabernáculo: “¡El está ahí, está ahí!”. Esta es para nosotros, subrayó el predicador, una “invitación constante a aprovecharnos de ello”.
Sin embargo, reconoció, “en Austria, mantenemos una lucha constante para conservar nuestras iglesias abiertas, accesibles a los fieles y a los otros que buscan, pues es una grave herida en el Cuerpo de Cristo que las iglesias tengan las puertas cerradas”.
“Haced todo lo posible, y lo imposible –recomendó el cardenal Schönborn--, para permitir a los fieles y a las personas que buscan a Dios –y que Dios espera- tener acceso a Jesús en la Eucaristía: ¡no cerréis las puertas de vuestras iglesias, por favor!”.
“¡No lo comprendo –insistió el arzobispo de Viena--, esto no es soportable! Mucha gente no va ya a misa, es demasiado complicado para ellos, no saben más, esto se les ha hecho extraño, pero se constata una cosa: vienen a la iglesia si está abierta, para encender una vela, sí, o la abuela viene con sus nietos, no van a misa pero vienen a encender una vela ante la Virgen que les acogerá. ¡Dejemos nuestras iglesias abiertas!”.
Y añade: “¡No es malo que el sacerdote sea sorprendido en flagrante delito de oración ante el tabernáculo!”.
El cardenal austríaco confió a sus hermanos sacerdotes del mundo entero este recuerdo de infancia: “En Vorarlberg, por la tarde, había una luz en la iglesia: era el señor cura que rezaba allí. Esto quedó grabado en mi memoria”.
Y concluyó: “El combate de la oración es verdaderamente el combate de nuestra vida”.